Para completar la entrada precedente, se publican los otros dos textos (de Zambrano y Ortega respectivamente) que nos envía Mª Victoria Rodríguez para el debate. Espero que os animen a participar, como sugerencia quizás sería interesante la comparación de ambas propuestas.
“En rigor, la expresión nace de la queja, y la queja supone una cierta rebeldía, una independencia y una afirmación de existencia de quien se queja , que así se defiende y así se afirma. Puede ser esta la razón de que el hombre haya alcanzado la más alta cima de expresión, mientras que la mujer, normalmente, apenas balbucea. La mujer no se queja, no se rebela, ni se revela; queda oculta detrás de los acontecimientos que la conmueven; detrás de ellos, sentada como en el fondo de su casa. El hombre, en cambio, se queja, y en quejarse está su poder de expresión, su capacidad maravillosa de dar forma a lo que por él pasa. El yogui(1) de la India ha aniquilado en sí mismo toda capacidad de violencia expresiva, y por eso, siendo el símbolo del poeta, raramente puede hacer poesía, pues la poesía, como todo lo humano, requiere su dosis de violencia”
ZAMBRANO, M., Pensamiento y poesía en la vida española, en Obras Reunidas. Primera entrega, Aguilar, Madrid, 1971, p. 294)
______________________________
(1) “Cuentan que los soldados de Alejandro el Grande, al llegar a la India, encontraron en los bosques, confundidos entre los árboles, a los yoghis, hombres consumidos por la contemplación, sumidos en éxtasis, a quienes la continuidad extática había convertido casi en un árbol más; sobre sus hombros habían anidado los pájaros. Tal era su resignación vegetal, su inhumana mansedumbre.”
“La distinción en la intimidad humana de estas tres zonas –`vitalidad´, alma, espíritu– nos proporciona un buen instrumento para aclararnos ciertas diferencias elementales en los caracteres y modos de ser.
Cada uno de nosotros representa una ecuación diversa en la combinación de esos tres ingredientes. Por lo pronto, nos caracteriza la cantidad proporcional que poseemos de ellos. Hay gentes con `mucha alma´ y `poco espíritu´, o bien con abundante vitalidad y gran escasez de las otras dos zonas.
Pero más importante que la cantidad es el orden o colocación de esas que podemos llamar potencias psíquicas. Siempre que entro en relación con un nuevo prójimo, me pregunto `desde dónde´ vive, es decir, cuál de esas tres potencias sirve de base y raíz a su vida. También puede expresarse este fenómeno diciendo: nuestra existencia íntima, el movimiento vital de nuestro ser, sus actuaciones e inhibiciones de todo orden, gravita hacia uno u otro de esos tres orbes. Vivimos, o principalmente de nuestra emotividad, o principalmente de nuestro espíritu (intelecto y voluntad).
Así, es evidente que el niño vive principalmente de su cuerpo, muy poco de su alma y casi nada de es espíritu. O buscando la fórmula inversa: que el niño no posee apenas espíritu, tiene un breve volumen de alma y una gran periferia de vitalidad.
Si, entre los adultos, comparamos a la mujer con el hombre, fácil es convencerse de que en aquélla predomina el alma, tras de la cual va el cuerpo, pero muy raramente interviene el espíritu. El ser femenino florece sólo en regiones de cálida temperatura. Ahora bien: el espíritu s la región de las nieves perpetuas. En el mundo psíquico son los sentimientos los que arrastran calorías. No tiene sentido hablar de pensamientos ardientes. Un teorema geométrico es siempre cosa sin temperatura En cambio, con aguda percepción, todos los idiomas vulgares hablan de sentimientos fogosos.
La falta de lógica que el hombre frecuentemente imputa a la mujer es consecuencia inevitable de esa arquitectura natural a la que psique femenina, que ha obligado siempre a Eva a vivir desde su alma, emboscada en su alma. La lógica sólo pose influjo eficaz sobre el espíritu, que es el logos. Al ser caprichosa la mujer, cumple su destino y se mantiene fiel a su estructura íntima. Hemos visto cómo es posible querer –en el sentido de la voluntad– dos cosas opuestas. En cambio, se pueden desear cosas antagónicas, sentir simpatía y antipatía hacia lo mismo. Así se explica que siendo la mujer, de ordinario, menos rica de contenido interno que el hombre, su actitud ante un mismo objeto puede parecer a éste de una complejidad desesperante. El espíritu propende al sí o al no rotundos, que mutuamente se excluyen. La mujer suele vivir en un perpetuo sí-no, en un balanceo y columpiamiento que da ese maravilloso sabor irracional, ese sugestivo problematismo a la conducta femenina.”
(ORTEGA Y GASSET, J., "Vitalidad, alma, espíritu” en Obras Completas, vol.2, Alianza, Madrid, 1983, pp. 473-474)