Tras la animación que ha provocado la anterior entrada, seguimos abriendo líneas de debate con la publicación de los textos remitidos por Begoña Escribano. Como siempre os invito al comentario y discusión de los mismos.
"I. El cuerpo como objeto y la fisiología mecanicista.
Es decir, la “cualidad sensible”, las determinaciones espaciales de lo percibido, e incluso la presencia y ausencia de una percepción, no son efectos de la situación efectiva al exterior del organismo, sino que representan la manera como éste va al encuentro de unas estimulaciones y cómo se remite a las mismas. Una excitación no se percibe cuando afecta a un órgano sensorial que no está en acorde con ella. La función del organismo en la percepción de los estímulos es, por así decir, “concebir” cierta forma de excitación. El “acontecimiento psico-físico” ya no es, pues, de un tipo de causalidad “mundana”; el cerebro se convierte en el lugar de una “puesta en forma”, puesta en forma que interviene ya antes de la etapa cortical, y que enmaraña, desde la entrada del sistema nervioso, las relaciones de estímulo y organismo. La excitación se capta y reorganiza por medio de funciones transversales que la hacen asemejarse a la percepción que se va a suscitar. Esta forma que se dibuja en el sistema nervioso, este despliegue de una estructura, no puedo representármelos como una serie de procesos en tercera persona, transmisión de movimiento o determinación de una variable por otra. No puedo captar de ella un conocimiento distante. Si adivino lo que ella puede ser, es a base de dejar allí el cuerpo objeto, partes extra partes, y de referirme al cuerpo cuya experiencia actual poseo, por ejemplo, al modo como mi mano rodea por todas partes al objeto que toca, anticipándose a los estímulos y dibujando la forma que percibiré. No puedo comprender la función del cuerpo viviente más que llevándola yo mismo a cabo y en la medida en que yo sea un cuerpo que se eleva hacia el mundo.
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El cuerpo es el vehículo del ser-del-mundo y poseer un cuerpo es para un viviente conectar con un medio definido, confundirse con ciertos proyectos y comprometerse continuamente con ellos. En la vivencia de este mundo completo, en el que aún figuran objetos manejables, en la fuerza del movimiento que va hacia él y en donde aún figuran el proyecto de escribir o de tocar el piano, el enfermo encuentra la certidumbre de su integridad. Pero en el momento en que le oculta su deficiencia, el mundo no puede dejar de revelársela: ya que, si es cierto que tengo consciencia de mi cuerpo a través el mundo, que éste es, en el centro del mundo, el término no advertido hacia el cual todos los objetos vuelven su rostro, es verdad por la misma razón que mi cuerpo es el quicio del mundo: sé que los objetos tienen varias caras porque podría repasarlas, podría darles la vuelta, y en este sentido tengo consciencia del mundo a través de mi cuerpo.
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II. La experiencia del cuerpo y la psicología clásica
Yo observo los objetos exteriores con mi cuerpo, los manipulo, los examino, doy la vuelta a su alrededor; pero, a mi cuerpo, no lo observo: para poder hacerlo sería necesario disponer de un segundo cuerpo, a su vez tampoco observable. Cuando digo que mi cuerpo siempre es percibido por mí, no hay que entender, pues, estas palabras en un sentido puramente estadístico; y en la presentación del propio cuerpo debe darse algo que haga impensable su ausencia o siquiera su variación. ¿Qué es? Mi cabeza no se ofrece a la vista más por la punta de la nariz y por el contorno de mis órbitas. Puedo ver mis ojos con un espejo de tres caras, pero ya serán los ojos de alguien que observa, y apenas puedo sorprender mi mirada viva cuando un espejo me envía, por la calle, inopinadamente, mi imagen. Mi cuerpo, en el espejo, no deja de seguir mis intenciones como la sombra de éstas, y si la observación consiste en hacer variar el punto de vista manteniendo el objeto fijo, aquél rehúye la observación y se ofrece como un simulacro de mi cuerpo táctil ya que mima las iniciativas de éste en lugar de responderles con un desarrollo libre de perspectivas. Mi cuerpo visual es, sí, objeto en las partes alejadas de mi cabeza, pero a medida que nos acercamos a los ojos, se separa de los objetos, prepara en medio de ellos un semiespacio al que no tienen acceso, y cuando quiero colmar esta vacío recorriendo a la imagen del espejo, ésta me remite aún a un original del cuerpo que no está ahí, entre las cosas, sino de este lado de mí, más acá de toda visión. Lo mismo se diga, y pese a las apariencias, de mi cuerpo táctil, puesto que si puedo palpar con mi mano izquierda mi mano derecha mientras ésta toca un objeto, la mano derecha objeto no es la mano derecha que toca: la primera es un tejido de huesos, músculos y carne estrellado en un punto del espacio; la segunda atraviesa el espacio como un cohete para ir a revelar el objeto exterior en su lugar. En cuanto ve a todo el mundo, mi cuerpo no puede, pues, ser visto ni tocado. Lo que le impide ser jamás un objeto, estar nunca “completamente constituido”, es que mi cuerpo es aquello gracias a lo que existen objetos. En la medida que es lo que ve y lo que toca, no es ni tangible ni visible. El cuerpo no es, pues, un objeto exterior cualquiera, con la sola particularidad de que siempre estaría ahí. Si es permanente, es de una permanencia absoluta que sirve de fondo a la permanencia relativa de los objetos eclipsados, los verdaderos objetos."
(textos extraídos de Merleau-Ponty, Fenomenología de la percepción)