lunes, 12 de marzo de 2007

los dilemas éticos de la robótica

Así se títula el artículo aparecido en el diario EL PAÍS el pasado día 7 de marzo. Lo podéis leer en el siguiente enlace y por supuesto opinar sobre la cuestión: http://www.elpais.com/articulo/tecnologia/dilemas/eticos/robotica/elpeputec/20070307elpeputec_1/Tes

(En la imagen Robby, el atento robot del clásico de la ciencia-ficción Forbidden Planet)

5 comentarios:

Rafael Cejudo dijo...

Estimados amigos, demos la bienvenida al foro y felicitémonos todos por disponer de un blogmaster tan eficiente e imaginativo.

En relación con nuestro primer tema, y sintiendo ser el primero que interviene, os sugiero la lectura del artículo "Arrollados por el hedonismo" sobre el ciclo de conferencias del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona publicado en el EL PAIS y que pronto estará disponible en nuestro blog. En dicho artículo se habla de la humanización de la máquina buscando, quizá, una respuesta a la eterna pregunta de qué es el hombre. Pero el siempre interesante V. Verdú le da la vuelta a esta tesis en su último libro "Yo y tú, objetos de lujo" donde defiende, escandalosamente antikantiano, que en la civilización contemporánea las personas más atractivas, inteligenes o exitosas (los "excelentes") son vistas por los demás y por sí mismos como objetos, como cosas de lujo, cosas valiosas. Porque, ¿qué hay más valioso que las cosas en nuestra época? De la mujer-objeto, al hombre-objeto y, finalmente, a la persona-objeto ¡robots, para qué os quiero!

Rafa Infantes dijo...

Gracias por el estreno en este nuestro blog, mañana martes postearé el artículo mencionado y espero que la cosa se vaya animando en breve con todo tipo de aportaciones y comentarios.

ramon roman dijo...

es una prueba

ramon roman dijo...

Una vez probado el invento, la prudencia es una de las más exitosas virtudes, doy la enhorabuena por la creación de este lugar "filosófico-virtual", con el que nos sentiremos estimulados sin necesidad de acudir a instrumentos innecesarios...
Creo que el tema se va perfilando sólo.
Reflexionar sobre la nueva identidad, cuerpo y robótica
alma y tecnología, creo que vamos por buen camino.
Nos vemos el próximo martes

Anónimo dijo...

Es un largo artículo que escribí allá por el año 2000


(I.A.)
INTELIGENCIA ARTIFICIAL.

VIDA NATURAL Y VIDA ARTIFICIAL
La vida, esa indefinible característica singular de los seres, no deja de sorprendernos. La investigación de la vida ha florecido desde 1990, y centenares de científicos de la computación se han unido a biólogos para desentrañar los misterios de la misma.
Nosotros como seres humanos hemos conseguido someter los signos de la vida, y al hacerlo hemos adquirido el poder de controlar el destino de la especie humana. Significa esto que dos campos que hasta ahora han permanecido separados –la biología reproductiva y la genética- y que habían progresado independientemente uno del otro pueden, fusionados, lograr grandes avances científicos y tecnológicos.
El primer problema con el que nos enfrentamos, antes de explorar los ámbitos que van desde la clonación a la ingeniería genética, pasando por la selección de embriones o más allá, es qué es la vida. En un sentido restringido todo aquello relacionado con las entidades que viven sobre la tierra, los animales, plantas y gérmenes de todo tipo tienen vida. Pero sería inadecuado restringir el concepto vida a esta definición.

MATERIA VIVA Y MATERIA NO-VIVA
Hasta 1928 se pensaba que la materia viva era diferente en esencia de la materia no viva. Es decir, la materia viva se consideraba orgánica mientras que la no-viva era inorgánica. Así, las cosas vivas se reconocían por el proceso que generaban al estar compuestas por materia orgánica y tener la capacidad de producirla. Esta teoría y todo lo que significaba quedó destrozada cuando un científico Friedrich Whöler sintetizó en su laboratorio una sustancia orgánica, la urea, a partir exclusivamente de materiales inorgánicos.
Aquí entra en acción una forma de vida creada por la imaginación maravillosa de un científico de la computación, no de un escritor de ciencia-ficción, denominada vida-artificial. Thomas Ray de la Universidad de Delaware creó un programa que podía reproducirse a sí mismo y evolucionar dentro de un chip de la memoria de un ordenador. Esta forma de vida se reproduce, ocupa, compite y evoluciona dentro del ordenador (para una forma de vida extraterrestre, el ordenador podría ser la Tierra).
Así pues, nos encontramos con tres tipos de vida, una biovida, una vida artificial y un tipo de vida extraña, propia de la ciencia ficción que podríamos reducir a un personaje de un film, tristemente célebre, llamado HAL. El ordenador HAL (el nombre pretendía jugar con las siglas IBM, sustituyendo cada letra por la que le precede en el alfabeto) era el ordenador vengativo que controlaba la nave espacial que viajaba a Júpiter en la película del año 1968 “2001: Una odisea del espacio” de Kubrik, con guión de A. Clarke. Aunque era sólo un ordenador, en realidad un programa que se ejecuta en un computador, HAL manifestaba emociones humanas imprevistas, como orgullo, rabia y, sobre todo, miedo. La prueba de que HAL se había convertido realmente en un ser humano virtual, con un fuerte instinto de autoconservación, es su oposición a la orden del astronauta Dave. Así, cuando éste le ordena que se desconecte, el ordenador le contesta con frialdad: “lo siento Dave. Me temo que no puedo hacer eso”.
Cual es la diferencia entre la biovida, la vida artificial y HAL. Posiblemente, las dos primeras tienen algo en común, las dos se reproducen y evolucionan mientras que HAL no lo hace. También tienen todas algo en común es la capacidad de utilizar energía para crear orden a partir del desorden. La vida sólo se ve en cuerpos organizados, y esa información necesaria para mantener un alto grado de organización requiere energía. Ahora bien, la biovida humana y HAL demuestran inteligencia, es decir, una conciencia de la que carece la vida artifical.
Esta característica es la que nos interesa en este momento.

INTELIGENCIA ARTIFICIAL
La racionalidad que se nos supone a los seres humanos es una de las más preciadas posesiones de la humanidad frente a los restante animales. Es más, esta característica es la capacidad más estimada que tenemos como herencia y se presume de ella. Además, parece haber un estrecho vínculo entre tener una capacidad de pensamiento conceptual, ser capaz de expresar los propios pensamientos en el lenguaje y tener la capacidad de realizar los procesos de razonamiento. Sin embargo, la idea tradicional de que la racionalidad es un dominio exclusivo de los seres humanos (los chimpances, los más inteligentes de los primates no humanos tienen una capacidad de razonamientos prácticos muy limitada) ha sido cuestionada desde la tecnología de la información.
Así, algunos investigadores del campo de la inteligencia artificial (IA) han realizado declaraciones ambiciosas en las que declaraban que los ordenadores adecuadamente programados realizan procesos de pensamiento y razonamiento. En este campo se suele distinguir entre una IA “fuerte” y “débil”. Los que defienden una IA débil suelen afirmar que algunos aspectos de la inteligencia humana pueden ser simulados o modelados mediante programas informáticos apropiados, mientras que los primeros sostienen que en virtud de ejecutar un programa apropiadamente formulado en un ordenador se podría decir literalmente que la máquina piensa y razona. Es evidente que desde un punto de vista filosófico son estas últimas afirmaciones las que plantean numerosas controversias.
Es indiscutible que los ordenadores realizan funciones demasiado costosas para nosotros, su capacidad de almacenar y mover información es superior a la nuestra, en contraste los seres humanos aportamos intuición y creatividad, ingenio y perspicacia en lugar del mero poder de cálculo. Sin embargo, se podría objetar que la noción de “intuición” o “ingenio” es demasiado vaga para distinguir la inteligencia artificial de la que no lo es. ¿Cómo podríamos distinguir que una criatura –sea un ser vivo o una máquina- está realizando una tarea utilizando el ingenio o el “mero” cálculo?

LA PRUEBA DE TURING
Alan Turing el padre de los ordenadores propuso en 1950 una prueba que de pasarla un ordenador podríamos reconocerle características humanas. Simplificando un poco, la prueba podría describirse de la siguiente manera: supongamos que estamos recluidos en una habitación equipada con dos teclados y dos impresoras una a cada lado del cuarto, con los cuales puedo enviar mensajes escritos dirigidos a ocupantes de dos habitaciones adyacentes y recibir mensajes de ellos. Uno de los ocupantes es un ser humano como nosotros que habla nuestra misma lengua, mientras que el otro es un ordenador que ejecuta un programa diseñado para proporcionar respuestas a preguntas expresadas en esa lengua. A nosotros se nos deja una cantidad limitada de tiempo, supongamos diez minutos, durante los cuales podemos hacer preguntas a nuestros dos interlocutores y examinar las respuestas. Nuestra tarea sería determinar cuál de las dos habitaciones contiene un ser humano y cuál un ordenador. Pues bien, el ordenador pasaría la prueba si no pudiésemos distinguir en sus respuestas al ordenador del humano, más que por azar.
La predicción que hizo el propio Turing es que en 50 años, es decir, en el año 2000 el ordenador podría tener éxito y pasar la prueba. Hoy en día, y estamos en el 2001, todavía ningún ordenador ha podido pasar la prueba incontestablemente. Solo la ciencia ficción a través del cine lo ha logrado. Ahora bien, da la impresión que la prueba de Turing sólo tiene en cuenta una funciones cerebrales que ni siquiera se puede decir que todos los seres humanos las cumplen.

SIN SENTIMIENTOS LA INTELIGENCIA ESTÁ DESCARNADA
Dicho de otro modo, parece como si sólo la inteligencia se redujese a procesos racionales y no sentimentales. La prueba de Turing representa una concepcion de inteligencia completamente «descarnada», sin emociones, obviando que los indicios de inteligencia no pueden reducirse a una serie de preguntas y respuestas racionales. Es decir, si el ser humano de la habitación no pasase la prueba y nos encontráramos con él o ella qué diríamos si fuese capaz de una conducta no verbal inteligente. Y lo contrario, si el ordenador pasase la prueba y tuviera una conducta racional inteligente, qué ocurriría cuando fuésemos a la habitación y encontrásemos una caja de metal y silicio.
Si la prueba de Turing fuese decisiva tendríamos que reconocer, según esa norma, que un ser humano que hubiese quedado completamente paralizado por una apoplegía, pero que no obstante tuviera todas sus facultades intelectuales -es decir, alguien con el síndrome del «encierro»- no debería considerarse como inteligente. Pero existe una diferencia crucial entre el ser humano paralizado y un ordenador inerte que haya pasado la prueba de Turing, a saber, el ser humano ha perdido su capacidad de interacción física con el mundo que le rodea, mientras que el ordenador nunca la ha tenido. Por tanto, para que un ordenador sea calificado como inteligente no es suficiente con que pase la prueba de Turing, sino que también debe ser capaz de interaccionar inteligentemente con su entorno físico, es decir, simplemente, ir de un lado a otro de la habitación sin chocar con algún objeto, porque buena parte de los conocimientos que la inteligencia requiere parece que han de ser adquiridos a través de la exploración del medio.

LOS PROBLEMAS DEL MARCO DE REFERENCIA
Hay, por tanto dudas que un ordenador que pongamos como ejemplo, juegue al ajedrez, pero sea incapaz de hacer alguna otra cosa, pueda ser denominado inteligente. Parece cuestionable la idea de una criatura o una máquina que pueda ser denominado inteligente en virtud de llevar a cabo un solo tipo de actividad de un modo inteligente.
Es decir nos hallaríamos frente a un ordenador cuyo programa le capacitase no sólo para hacer cálculos difíciles o jugar al ajedrez, sino también poder conversar sobre el tiempo, escribir poesías, hacer apuestas en las carreras de caballos o aconsejar a las personas sobre sus problemas de pareja, todo ello siendo capaz de pasar de una cosa a otra de acuerdo con las circunstancias. La inteligencia requiere conocimiento, pero también la capacidad de adquirir, ampliar y modificar el propio conocimiento. Mirar a los ojos y en función de lo que vemos modificar acciones, es decir en las circunstancias de la vida cotidiana hemos de pasar continuamente de una actividad inteligente a otra a la luz de nueva información y de nuestras propias prioridades.
Este problema que acabamos de presentar se conoce y denomina en el ámbito de la I.A. fuerte como el problema del marco, es decir, la imposibilidad de que un programa de ordenador sea capaz de incorporar las circunstancias pertinentes que hagan elegir las aplicaciones adecuadas. Así, hay retos que hoy por hoy son imposibles de superar, es más constituye una ironía el hecho de que si tuviéramos éxito en el desarrollo de la inteligencia artificial, ello podría proporcionar el testimonio más fuerte posible de la superioridad de nuestra propia inteligencia.

NO HAY INTELIGENCIA SIN EMOCIONES
Así pues, las perspectivas de la inteligencia artificial no son tan favorables como algunos de sus más entusiastas defensores pensaban hace veinte años. El problema del marco parece presentar un reto formidable a los modelos tradicionales de I.A. que se basan en programas informáticos que son insuficientes para reproducir modelos cognitivos humanos superiores. Es más, todavía está por ver que la computación, sea del tipo que sea, tanto si conlleva un procesamiento de tipo serial o paralelo sea un modelo o proporcione la clave para la capacidad cognitiva humana.
La computación es claramente una de nuestras capacidades cognitivas para desarrollar máquinas que realicen diferentes operaciones por nosotros. Pero esas mismas máquinas parecen que pasan por alto demasiadas facetas de nuestra vida mental que son inseparables de nuestra inteligencia. Las sensaciones y las emociones, por un lado, y la naturaleza humana que nos hace criaturas con intereses, propósitos y objetivos, por otro, nos proporcionan modelos complejos y adecuados para nuestra inteligencia que nos obliga a mantener un sano escepticismo sobre la inteligencia artificial y dejar al cine la capacidad de fantasear sobre ella.